LECTURA EN LA ERA DIGITAL: UNA OPORTUNIDAD, NO UNA AMENAZA

En un mundo donde la inmediatez domina y los dispositivos digitales acompañan desde la cuna, cultivar el hábito de la lectura en la infancia parece una tarea cada vez más desafiante. Sin embargo, para el escritor y educador costarricense Carlos Rubio, leer no debería ser un acto forzado ni impuesto, sino una práctica natural, tan orgánica como aprender a hablar o caminar.

Desde esta perspectiva, la lectura puede y debe surgir como parte del entorno cotidiano del infante. Así como el lenguaje se adquiere por imitación y exposición constante, el gusto por los libros se fomenta cuando las personas adultas que rodean al niño leen, comentan lo que leen y se emocionan con los textos. La presencia de una biblioteca infantil, por más modesta que sea, puede marcar una diferencia fundamental. En contraste, cuando la atención se centra únicamente en los dispositivos móviles, el vínculo con la lectura se diluye.

Rubio advierte que no se trata de rechazar la tecnología. Al contrario, considera que herramientas como Internet y los formatos digitales pueden ser aliados poderosos si se utilizan con criterio. Esta no es una idea nueva: recuerda que, en su momento, la imprenta también fue vista con recelo por quienes temían la pérdida de los manuscritos. No obstante, permitió una mayor democratización del conocimiento. Hoy, la disponibilidad de obras literarias en línea o bajo ningún costo representa una oportunidad para acercar la lectura a más personas.

No obstante, el autor subraya que los libros impresos siguen siendo especialmente importantes durante la infancia.

“El objeto físico del libro genera un sentido de pertenencia difícil de replicar digitalmente: se marca con un nombre, se conserva durante años y envejece junto al lector. Ningún niño o niña debería crecer sin acceso a libros de papel, tan necesarios como una alimentación adecuada”, acotó.

A pesar de que actualmente se lee más que nunca, sobre todo en redes sociales y plataformas digitales, mucho de este contenido consumido carece de profundidad, valor estético o fundamento ético. Esta lectura masiva, pero superficial, revela un problema más cualitativo que cuantitativo. La falta de criterio a la hora de leer, y la escasa formación para interpretar críticamente lo que se consume.

El rol de los docentes, en este contexto, se vuelve esencial. Más que imponer textos, deben ser guías que promuevan el goce estético, el pensamiento crítico y la conexión emocional con la palabra escrita. La lectura no tiene que competir con otros lenguajes, como el audiovisual o el interactivo; puede convivir con ellos.

Fomentar la lectura profunda en tiempos de distracción constante exige compromiso y coherencia. Una estrategia tan simple como poderosa consiste en dedicar, cada día, al menos media hora a la lectura, en casa o en la escuela, sin pantallas de por medio. Leer en voz alta, compartir un texto como parte de la rutina familiar o educativa, puede convertirse en un acto de presencia, de afecto y de vínculo humano.

La convivencia entre el libro tradicional y las plataformas digitales no solo es posible, sino necesaria. Tal como en otros momentos históricos convivieron distintos soportes de la palabra escrita, hoy es indispensable valorar todas las formas de lectura. El problema no es el formato, sino la indiferencia. Y frente a ella, leer —con placer, con conciencia, con propósito— sigue siendo un acto profundamente revolucionario.

En ese camino, conviene recordar que existen numerosas bibliotecas públicas con espacios abiertos a todo público, así como plataformas gratuitas como Biblioteca Digital Mundial, Asociación Libros para Todos o iniciativas editoriales de acceso abierto. Utilizar estos recursos puede ser una forma concreta y accesible de sembrar el hábito lector desde edades tempranas.

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